“Vamos a ver el resultado.
Lo lamento, pero ha dado positivo”.
Esas palabras cambiaron mi vida. Unas palabras que no hubiera querido escuchar jamás.
Si antes de saber que era seropositivo me hubieran preguntado sobre el VIH, hubiera contestado que, si me infectara, me volvería loco y me moriría. Y miradme, 11 años después estoy escribiendo sobre ello.
¿Cómo recibí el diagnóstico? Muy mal. Y es que no era para menos.
Nos tiramos toda la década de los 90 escuchando por la televisión, a través de noticias o películas, que si enfermabas de SIDA (ni se diferenciaba entre VIH y SIDA) era tu sentencia de muerte. Y allí estaba yo, mirando fijamente y en estado de shock el resultado, sin saber qué decir ni qué hacer. Sin saber dónde gritar para pedir ayuda.
Creo que no hay peor momento en la vida. Recibir una noticia de ese calibre y no poder compartirla por el miedo al rechazo, al dejar de ser deseado, hace que te paralices por completo y no sepas a dónde ir.
Estuve horas encerrado en el lugar donde me realicé la prueba, incapaz de parar de llorar y sin moverme de allí, pensando que a partir de aquel momento debería comenzar a descontar los días que me quedaban de vida. Tenía que guardar ese secreto que, cuál condena, debía cumplir.
Cuando logré moverme del sitio y salir a la calle, me puse a caminar por la Gran Vía de Barcelona mirando el cielo y reflexionando sobre qué hacer. Necesitaba explicárselo a alguien, necesitaba sacar el dolor para poder calmarme.
Cogí mi móvil y decidí llamar a mi hermano, el cual me respondió, pero al oír su voz se me hizo imposible explicárselo. Creía que iba a decepcionarlo, que iba a matarlo por dentro, como me estaba matando a mí en aquel momento, sintiéndome la persona más fracasada del mundo.
A duras penas llegué a mi casa, donde mi pareja de aquel momento se volvió medio loco al enterarse de lo sucedido y no supo tratarme bien en aquella situación. Aunque eso es otra historia.
Quién que me salvó de la mayor locura que podía haber cometido fue mi compañero de piso, la persona que me tranquilizó y me ayudó a gestionar lo que estaba sintiendo. ¿Y qué es lo que hizo para poder ayudarme tanto? Estar más informado que yo sobre el tema y los tratamientos que existían.
¡Qué importante es la información!
Con el paso de los años, sé que todo hubiera sido muy diferente si hubiera tenido conocimiento de lo que envolvía a la infección de VIH y de todas las vías y opciones que existen.
Del dolor aprendí a quererme más y vivir con VIH me ha servido para dar voz a tanta gente que convive con el virus a través de la ONG Stop donde actualmente soy voluntario y me han ayudado mucho a valorarme como soy.
Quererse es la clave del éxito.
Sergio Cuho @sergiocuho
Artículo escrito para la revista Bulge 5 del bar La Federica
Añade un comentario
Se enviará un correo de verificación a la dirección indicada para poder aprobar tu comentario