Eso es lo que se olvidará, lo divertido que fue”.
¿Quién no se ha dejado llevar sin pensar en nada más que en pasarlo bien? ¿No es bastante duro de por sí vivir con miedo al qué dirán, para que encima nos digan que disfrutar de nuestra sexualidad nos acabará enfermando? La verdadera pandemia del VIH/sida no la provocó solamente el virus, sino la mente de la sociedad, esa mente enferma que señala a lo diferente. Y por desgracia, apareció el virus perfecto para hacerles creer que lo merecíamos.
Son varios los motivos que hacen que la prevalencia del VIH en hombres gays, bisexuales y otros hombres que tienen sexo con hombres (en adelante, HSH) sea más alta que en la población heterosexual. Entre ellos podemos destacar el sexo anal receptivo sin condón; la versatilidad sexual; las dificultades de acceso a recursos sanitarios; las conductas predominantes en las Apps de contactos; un alto número de parejas sexuales; asistir a fiestas o lugares de sexo; y las dificultades en la negociación del preservativo o el consumo de sustancias, …
Una teoría que ayuda a entender la vulnerabilidad social de los HSH frente al VIH es la teoría del estrés minoritario. Esta teoría propone que las disparidades de salud en ciertas poblaciones, como la de los HSH, pueden explicarse en gran parte por los estresores inducidos de una cultura hostil y homofóbica, que a menudo resulta en experiencias de prejuicio externo, expectativa de rechazo y homofobia interiorizada, y pueden afectar al comportamiento y al acceso a la atención sanitaria (Meyer, 2003).
Esa misma sociedad que convierte nuestra existencia en una continua explicación. Que nos hace pensar que, si vivimos de manera discreta, todo será más fácil. Pero incluso los hombres que se portan bien y llaman a su madre todos los días, también acabaron muriendo de VIH y sida hace años.
Y lo peor es que con esta enfermedad la sociedad nos intenta convencer de que lo merecemos, de que esto nos pasa por gustarnos este sexo. ¿Pero sabéis qué? Que no debemos olvidar lo bien que lo pasamos, las noches rodeados de otros hombres, sus risas, sus caricias. Porque somos personas que conocimos el placer y el amor a través del riesgo. Y eso merece ser recordado. Merecemos que nos recuerden como personas valientes que nos atrevimos a cuestionar la norma y a disfrutar.
Y este recuerdo se lo debemos a todos aquellos que hoy no están aquí para acompañarnos. Para los que murieron solos en una cama de hospital, los que fueron borrados de las fotos familiares, a los que día a día señalan como personas irresponsables por no haber tenido cuidado. Sanemos esta sociedad enferma que piensa que esto solo es cosa de las personas más vulnerables. Y nunca olvidemos lo divertido que fue (y sigue siendo) vivir nuestra sexualidad.
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